Nuevo financiamiento para la educación superior: ¿Solución definitiva?
El reciente anuncio del proyecto de ley del presidente Gabriel Boric sobre la creación del Fondo para la Educación Superior (FES), abre nuevamente el debate sobre el financiamiento de la educación universitaria en Chile. Esta propuesta busca reemplazar el Crédito con Aval del Estado (CAE); una muy buena noticia, sobre todo para los miles de profesionales endeudados.
Sin embargo, hay quienes expresan preocupaciones sobre las posibles implicancias de este nuevo modelo. El FES promete liberar a los estudiantes del peso de la deuda, eliminando por completo a los bancos del sistema. No obstante, quedan dudas sobre su sostenibilidad. El proyecto aclara que solo habrá copago para las personas dentro del 10% de mayores ingresos y por ello algunos han criticado la medida como un “impuesto a la renta” para los egresados.
Uno de los aspectos más llamativos del FES, es su intención de eliminar el endeudamiento masivo que ha afectado a toda una generación de estudiantes/profesionales. Actualmente, miles de jóvenes egresan de su carrera profesional con deudas millonarias, a veces hasta 10 veces más de su deuda inicial. Estas deudas pueden acompañar a los egresados de por vida, limitando su desarrollo personal y profesional.
La eliminación de los bancos como un ente financiero en la educación superior es un punto importantísimo en esta propuesta, ya que estas instituciones han sido responsables de imponer tasas de interés abusivas, las cuales han llevado a muchos estudiantes a pagar mucho más del costo original de sus carreras.
Como mencioné, desde muchos sectores han criticado esta propuesta como una especie de “impuesto a la renta” por la limitación del copago solo para los estudiantes provenientes del 10% de mayores ingresos, pero la verdad es que hay grandes diferencias con un impuesto a la renta. En primer lugar, este copago sería proporcional al tiempo de estudio y no al ingreso total del egresado que además se limita al 8% de los ingresos y tiene un periodo finito, es decir, que acaba, no lo acompaña de por vida como ocurría con el CAE. Esto asegura que no se convertirá en una carga indefinida para las personas de mayores ingresos.
Hay mucho que evaluar del FES, pero lo que es claro es que este ambicioso proyecto ha levantado inquietudes. Uno de los principales cuestionamientos es la posible pérdida de autonomía universitaria. Bajo este nuevo esquema, el estado pasaría a controlar los aranceles de las universidades que se adscriben, lo que, según diferentes especialistas, podría afectar su capacidad para gestionar de manera independiente sus recursos y determinar sus propios costos. Todo esto en un contexto donde, especialmente, las universidades privadas están siendo sumamente cuestionadas tras la revelación del sueldo de una candidata comunal en una institución de educación superior privada. Quienes están en contra, afirman que esta
intervención del estado en las entidades educativas privadas podría comprometer la calidad de sus programas académicos y la contratación de personal. Aunque es un argumento válido, en este momento parece ser desplazado, al menos en la opinión pública.
A todo esto, se suman incertidumbres sobre la sostenibilidad del proyecto. ¿Es capaz el Estado de asumir el financiamiento de miles de carreras? ¿Qué pasará si algunas universidades deciden no adherirse? Es incierto y probablemente no lo sabremos hasta que el proyecto sea aprobado (si es que se logra).
El FES es una gran oportunidad para el país, que ha estado buscando más de una década cambios estructurales en los modelos de financiamiento y acceso a la educación. En el papel promete ser un sistema mucho más justo y en caso de ser aprobado, aliviará la carga y la deuda de millones de estudiantes, egresados, e incluso desertores de carreras universitarias.
Las dudas y preocupaciones son válidas, es riesgoso comprometer al estado, siempre lo será, pero el éxito o fracaso de este ambicioso sistema dependerá de las decisiones, discursos, persuasiones, tratos y como el estado logre equilibrar las demandas. Lo único claro es que el futuro de la educación sigue siendo incierto, y este puede o no ser un gran punto de inflexión en la historia.